Opinión

Felipe “El Infame” | El legado de Calderón terminó en el completo ridículo

-El respaldo social y político hacia su figura es inexistente, y su intento de crear un frente político serio terminó en el ridículo-

Existen tres tipos de líderes políticos. Por un lado, están aquellos que, con todos sus claroscuros, construyeron una hegemonía que perdura incluso después de su mandato. Estos líderes fueron capaces de formar doctrina, sus valores son adoptados y defendidos por generaciones posteriores. El maoísmo, el peronismo y, muy probablemente, el obradorismo son ejemplos dispares de este fenómeno. Sus seguidores mantienen vivo su legado, y su influencia trasciende su tiempo.

Luego están los que podemos llamar simples administradores de coyunturas. Estos personajes son figuras grises, sin un gran legado ideológico, que no causan grandes pasiones y que, eventualmente, serán cubiertos por el manto de la irrelevancia histórica. Pasan sin pena ni gloria, con poco impacto en el imaginario colectivo de su nación.

Finalmente, está el grupo que ocupará un lugar especial en la historia: aquellos que vivirán en la infamia. Son los gobernantes cuyas acciones son tan nefastas, tan alejadas de lo que la sociedad política considera aceptable, que incluso sus correligionarios terminan renunciando a su figura. Son seres despreciados por todos los sectores, difíciles de reivindicar, y cuyos nombres se vuelven sinónimos de traición, corrupción o desastre. En la historia de México, figuras como Victoriano Huerta y Antonio López de Santa Anna ocupan este lugar, y con toda seguridad, Felipe Calderón Hinojosa también lo hará.

La reciente condena de su ex Secretario de Seguridad, Genaro García Luna, expone la oscura complicidad o la asombrosa incompetencia, o quizá ambas, con la que se manejó durante su famosa Guerra contra el Narco. Un conflicto que él mismo inició y que ha dejado una estela de sangre, violencia y sufrimiento que aún no ha cesado. La sombra de la ilegitimidad sigue acompañando a su presidencia debido a las acusaciones de fraude electoral, y su incapacidad para aprovechar los excedentes petroleros de 2008 —desperdiciados en obras como la polémica Estela de Luz, apodada “la Suavicrema”— demuestra una corrupción voraz que alimentó el desprecio hacia su figura.

Pero el verdadero escarnio público hacia Felipe Calderón no proviene solo de sus detractores, como el autor de esta columna, sino que se ha contagiado incluso entre las filas del panismo. Muchos en su partido han marcado una distancia significativa ante su tóxica presencia. Es claro que nunca existió, ni existirá, un “Calderonismo”. Su legado político es tan insustancial que incluso su esposa, Margarita Zavala, fracasó rídiculamente en su intento por alcanzar la presidencia de manera independiente. El respaldo social y político hacia su figura es inexistente, y su intento de crear un frente político serio terminó en el ridículo.

Felipe Calderón vivirá siempre bajo el peso del juicio de la historia. Un juicio que será severo, implacable, y que probablemente lo condenará a potar el epíteto de “infame”.

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