Para muchos teóricos políticos, los ejes Izquierda/Derecha y Democracia/Dictadura son insuficientes para analizar la actualidad política del mundo, en especial la realidad geopolítica. En un mundo cada vez más interconectado y cambiante, la división tradicional parece haber perdido su prominencia. La línea divisoria que alguna vez separó a las ideologías ha comenzado a desvanecerse en medio de una nueva realidad: el monoteísmo del capitalismo de mercado. Este fenómeno trasciende fronteras políticas y geográficas, transformando la manera en que concebimos la política y la economía. Es por eso que necesitamos una herramienta distinta para analizar los resultados electorales de Venezuela.
El país bolivariano, que a inicios de siglo fue la punta de lanza para la izquierda iberoamericana, se ha convertido en el centro de la discusión internacional ya que este fin de semana se llevaron a cabo sus elecciones presidenciales. Éstas, para sorpresa y descontento de muchos, dieron como ganador nuevamente a Nicolás Maduro. Más allá de las acusaciones de fraude electoral, es importante analizar las razones para que esto ocurriera, especialmente las razones exteriores.
Esta victoria del oficialismo venezolano ha sido condenada por la “opinión internacional”, léase los aliados del bloque otanista, pero no parece que la respuesta escale más allá de la clásica declaración en Twitter. Este tipo de condena se ha vuelto una rutina en la política internacional, donde las redes sociales se convierten en el campo de batalla de la diplomacia moderna. Sin embargo, las palabras no siempre se traducen en acciones concretas, especialmente cuando hay intereses geopolíticos y económicos en juego. El triunfo de Nicolás Maduro, más que una victoria del chavismo, es un triunfo de los BRICS. Este bloque internacional, compuesto por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, requiere de las enormes reservas petroleras de Venezuela para seguir acrecentando su poder productivo y su influencia global. La alianza con Venezuela no solo fortalece la economía de estos países, sino que también desafía la hegemonía occidental en el mercado energético.
Con el respaldo de China y Rusia, Maduro ha podido conservar el poder, demostrando la incapacidad de la oposición para construir alianzas internacionales y minar el poder del actual régimen. Esta situación refleja una realidad política donde la fuerza no radica únicamente en la popularidad interna, sino en las alianzas estratégicas a nivel global. China y Rusia han demostrado ser aliados inquebrantables para Venezuela, proporcionando apoyo económico, militar y diplomático. Este respaldo ha permitido a Maduro resistir las sanciones económicas y las presiones políticas ejercidas por Estados Unidos y sus aliados. La oposición venezolana, por otro lado, ha fracasado en establecer una base sólida de apoyo internacional que pueda contrarrestar el poder del régimen actual. Sin una estrategia de alianzas efectiva, la oposición se encuentra aislada y debilitada, incapaz de ofrecer una alternativa viable al chavismo.
Los BRICS han crecido su poder de influencia, convirtiéndose en un polo de poder que rivaliza con el eje anglosajón, ofreciendo así una alternativa para los países que no se alinean, sea cual sea su postura ideológica, con lo que llamamos Occidente. Este crecimiento no es solo económico, sino también geopolítico. Los BRICS están creando un nuevo orden mundial, desafiando la dominación unipolar de Estados Unidos y sus aliados. Para muchos países en desarrollo, los BRICS representan una oportunidad para diversificar sus relaciones internacionales y reducir su dependencia de Occidente. Este bloque ofrece inversiones, comercio y cooperación en condiciones más flexibles. En un mundo donde la globalización ha creado interdependencias complejas, los BRICS están redefiniendo las reglas del juego, proporcionando una plataforma para que los países puedan perseguir sus otros intereses sin las presiones de las potencias tradicionales.